miércoles, 27 de marzo de 2013

Peña en el Vaticano: lo que el presidente aún no entiende


Peña y Rivera en el Vaticano. Foto: AP
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La presencia de Enrique Peña Nieto en la ceremonia de entronización del Papa Francisco es un hecho relevante que va más allá de una visita protocolaria. Mientras los diferentes jefes de Estado priistas se habían resistido a asistir a cultos públicos, Peña Nieto es el primer presidente priista que asiste a una ceremonia de tal relevancia. Se ha sacudido viejos estigmas e indica, según él, cómo ha cambiado el mundo en tan sólo unos años. Sin embargo, su presencia puede tener otras lecturas. Una de ellas es la del presidente muy católico que quiere hacer de la Iglesia una asociada incondicional en su mandato y un factor básico de gobernabilidad. Pareciera que Peña Nieto rescata las viejas tesis que el binomio Prigione-Salinas estableció en los años ochenta.
La elección del Bergoglio tiene consecuencias no sólo religiosas sino políticas. Francisco es el primer pontífice latinoamericano y el peso del Vaticano puede tener diferentes incidencias políticas en la región. Si el Papa actúa como Bergoglio en Argentina, la Iglesia será no únicamente crítica sino intransigente frente al debate por alcanzar una mayor diversidad, flexibilidad y pluralidad en las opciones sociales; es decir, la moral católica se dejará sentir en temas como aborto, mujeres, sexualidad y rechazo homosexual. Bergoglio cuestionó las políticas “populistas” del kirchnerismo; potencialmente el Papa Francisco puede convertirse en un nuevo polo de gravitación en el área. Así lo entendieron los mandatarios que se dejaron ir de manera copiosa a la ceremonia religiosa de inicio del pontificado y breves encuentros que sostuvieron con el nuevo Papa, entre ellos Rafael Correa, de Ecuador; Cristina Fernández, de Argentina; Dilma Rousseff, de Brasil; Laura Chinchilla, de Costa Rica, y Sebastián Piñera, de Chile; Federico Franco, de Paraguay; Porfirio Lobo, de Honduras; Ricardo Martinelli, de Panamá, y Enrique Peña Nieto, de México.

En tanto católico que es, el presidente Peña Nieto se conmovió con la ceremonia religiosa. “Es un momento emotivo. Sin duda es un momento especial”, expresó en rueda de prensa. En la víspera de la misa, concedió una entrevista a Televisa, y de manera confusa reiteró que su presencia en Roma se da en el marco del Estado laico: “México es un país laico, un país que respeta los diferentes credos religiosos y en el marco de esta condición se debe reconocer también de que México es un país mayoritariamente católico. Por eso, me congratulo de estar aquí presente representando al pueblo de México”.
No queda suficientemente claro si su presencia se debe a que representa al pueblo mayoritariamente católico o a un Estado que respeta todos los credos religiosos. En todo caso, la obligación primordial del Estado moderno en un contexto de una notoria mayoría religiosa como la católica, el caso mexicano, es defender y proteger principalmente a las minorías religiosas.
Un Estado laico debe garantizar la equidad, es decir, la no discriminación, y garantizar los derechos, principalmente de las minorías. La justificación de su presencia en Roma refuerza los privilegios y trato diferenciado del jefe del Estado hacia una religión, corre el riego de irritar a los no católicos, que suman cerca de 20 millones de mexicanos.
El presidente Peña Nieto debe entender que la laicidad de todo Estado moderno, más allá de ser una herramienta jurídica, es un instrumento político de convivencia armónica y civilizada entre diferentes y diversos grupos sociales, para coexistir en paz en un espacio geográfico común.
En la misma entrevista, cuando se le inquiere sobre las afirmaciones del Papa Francisco de una “Iglesia pobre y una Iglesia para los pobres”, Peña Nieto se entusiasma: “me gusta porque es una gran coincidencia con una de las prioridades de mi gobierno… creo que los postulados del Papa son plenamente coincidentes con la política pública que tiene mi gobierno. Yo espero que en lo que haga a una misión de carácter espiritual con la que tiene un gobierno, como el nuestro, pues haya coincidencias para propiciar unidad social, armonía social, cohesión social. Un ánimo como el que venimos construyendo en México para alcanzar los grandes objetivos que sean de beneficio para todos los mexicanos”.
La confusión aquí es mayor, pues una cosa es celebrar las coincidencias y otra es no saber diferenciar la autonomía en el espacio público de las políticas del Estado de la esfera religiosa. ¿El presidente Peña Nieto espera una bendición hacia su Cruzada contra el Hambre? o ¿intenta sumar a la Iglesia al Pacto por México?
Fragmento del análisis que se publica en la edición 1899 de la revista Proceso, ya en circulación.

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