Guillermo Fabela - Opinión EMET
Mientras la OCDE apremia a México a potenciar las condiciones de
gobernabilidad y de seguridad, para mejorar los niveles de crecimiento,
aquí el grupo en el poder sólo piensa en cómo aprovechar la coyuntura
para hacer buenos negocios en el “año de Hidalgo”. Uno más que
seguramente será muy redituable es la contratación por parte de Pemex
de dos astilleros para realizar dos hoteles flotantes. Con esta
operación se salvarán de la quiebra dos empresas, se abrirán más de 3
mil empleos y se incentivará la economía de una región necesitada de
crecimiento.
Sólo que todos estos beneficios no serán para México ni
mucho menos para trabajadores mexicanos, sino para España y
particularmente para la región de Galicia, la tierra de Mariano Rajoy,
el enemigo público número uno de los obreros españoles, con quien Felipe
Calderón formalizó una “alianza estratégica”, a fin de impulsar el
desarrollo, otra vez no de nuestro país, sino de la nación ibérica. Tal
parece que el aún inquilino de Los Pinos se quiere cobrar hasta la
saciedad la afrenta del pueblo de no haberle dado su voto en las
elecciones del 2006.
Con hechos como este, obviamente no será posible
“potenciar las condiciones de gobernabilidad y de seguridad” en el país.
Al contrario, lo que se habrá de lograr será fomentar el resentimiento
de amplias capas de la población en contra de una clase política
apátrida y sedienta de poder, que insiste en “jalar los bigotes al
tigre”, al fin que es muy mansito y aguanta todo. Esto es lo que
seguramente deben creer, de ahí que no tengan empacho alguno en actuar
de manera tan vil y mezquina, al igual que lo hace la oligarquía.
Como los mexicanos somos muy aguantadores, Calderón se
atreve a vaticinar que el futuro de México “será más próspero,
democrático y libre de lo que es ahora”. Y como sabe que sin la
cobertura de su sucesor su futuro propio no es muy seguro, actúa como
propagandista del nuevo ocupante de la silla presidencial, al afirmar
que seremos un mejor país, "ya no sólo sin la amenaza de un gobierno
autoritario, sino también sin la amenaza de poderes de facto,
arbitrarios y asesinos como los que ahora lo acechan”. Desde luego,
sólo pueden creerle quienes resultaron muy beneficiados durante su
sexenio.
El futuro que nos espera, si no actuamos en defensa firme
de los intereses nacionales, desgraciadamente será todo lo contrario de
lo que pregona Calderón. Para garantizar que así sea habrá de llegar a
Los Pinos Enrique Peña Nieto, pues México no está programado, por los
grandes poderes trasnacionales, para ser una nación independiente, mucho
menos próspera ni tampoco democrática. La quieren tal como está,
situación a la que la condujeron los tecnócratas salinistas obedeciendo
instrucciones del llamado Consenso de Washington.
De ahí su terquedad, del grupo en el poder y de la
oligarquía, en poner en vigor las mal llamadas “reformas estructurales”,
particularmente la laboral y la energética, con las cuales se
asegurarían beneficios insospechados. A toda costa quieren una clase
obrera esclava, a la cual poder explotar de manera inmisericorde y ruin,
así como todo tipo de facilidades para explotar impunemente los
recursos energéticos de la nación, sin tener que rendir cuentas a nadie,
con la excepción desde luego de los socios extranjeros con quienes se
repartirían el botín.
Por eso cabe afirmar que son ridículos los pretextos para
justificar esas mal llamadas reformas. Si realmente le preocupara a la
clase política el uso de las cuotas de los trabajadores en sus
sindicatos, con liquidar el añejo corporativismo sería más que
suficiente, pues la democratización de las organizaciones haría
impensable el mal uso de las mismas. De igual modo, si le importara a
la oligarquía la modernización de Pemex, sería la más interesada en que
la paraestatal laborara sin lastres como el que significa en primerísimo
lugar la corrupción en las altas esferas administrativas. Sin embargo,
su principal interés es que se vaya a pique para “justificar” su
privatización, como así ha sucedido desde los tiempos de Miguel de la
Madrid, cuando se dejó de gastar en mantenimiento y en la ampliación de
su capacidad productiva.
En este sentido, Peña Nieto se equivoca al decir que
Petrobras creció al permitir la entrada de inversionistas privados. Lo
hizo porque no tiene uno solo de los vicios que identifican a Pemex,
particularmente los altos niveles de corrupción, y la sangría despiadada
de que es objeto por parte de Hacienda y de la burocracia dorada.
Petrobras es una empresa eficiente, productiva y sana, por eso puede dar
acceso a capitales privados, a los cuales tiene en perfecto control.
Esto sería impensable en Pemex.
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