(Y como siempre, el Dr. Ackerman muy acertado en sus comentarios. La intención de esta reforma es convertirnos en máquinas autómatas, diseñadas sólo para obedecer y trabajar sin protestar. Nos hace mercancía, sólo piezas de un engranaje que pueden ser sustituidas a placer sin remordimiento.)
Consumada la compraventa de la Presidencia de la República, llegó la
hora de pagar favores. La mal llamada reforma laboral aprobada por la
Cámara de Diputados parte del diagnóstico absurdo de que son los trabajadores y
no los líderes charros ni las empresas monopólicas quienes
detienen el crecimiento económico. En lugar de democratizar la economía y abrir
oportunidades para la movilidad social, la reforma promete consolidar la
tendencia iniciada durante el sexenio de Carlos Salinas de convertir todo
México en una gran maquiladora al servicio de las empresas trasnacionales.
Se cumple el sueño del gran capital y
sus aliados nacionales de convertir a millones de trabajadores asalariados con
seguridad en el empleo en peones de subcontratistas sin derechos ni
prestaciones. La reforma facilita los despidos masivos y arbitrarios, con el
recorte brutal en el pago de los salarios caídos durante los juicios laborales.
El objetivo es desmoralizar a los trabajadores para obligarlos a aceptar una
humillante indemnización en lugar de emprender un largo y cansado juicio para
defender sus derechos ante un despido injustificado.
Los patrones entonces podrán hacer como
Enrique Peña Nieto durante la elección presidencial, al utilizar su dinero para
atropellar derechos y comprar su camino al éxito. Así como Peña Nieto
compró votos, los dueños compararán la cancelación de los derechos de sus
asalariados. Igualmente, los trabajadores terminarán igual de agraviados y
burlados que los valientes integrantes del Sindicato Mexicano de Electricistas
(SME), quienes vieron desaparecer de la noche a la mañana su fuente de trabajo
y su derecho a una vida digna.
El colofón de todo esto es que una vez
que los potentados hayan expulsado a los trabajadores más incómodos o
politizados, podrán recontratarlos por medio de empresas de outsourcing en
condiciones miserables donde predomina la sobrexplotación, el pago por horas,
condiciones insalubres, contratos de corto plazo y la amenaza constante de ser
despedidos. Mientras, los jóvenes que buscan ingresar en el mercado laboral
solamente encontrarían empleo precisamente en este tipo de empresas donde,
además, podrán ser despedidos sumariamente después de cada uno de sus periodos
de prueba.
Se terminaría con cualquier incentivo
para capacitar o desarrollar las capacidades de la fuerza laboral. Cada vez
será más tentador para los jóvenes recurrir al narcotráfico para poder comprar
siquiera una docena de huevos.
Se cierra el círculo con el hecho de
que los pocos trabajadores que logren mantener contratos de largo plazo y
antigüedad continuarán bajo el más férreo control de los líderes sindicales charros, quienes
solamente defienden su bolsillo y los intereses de los dueños. Bajo el
argumento ruin e hipócrita de defender la autonomía de los
sindicatos, el PRI ha dejado intactas todas las protecciones para figuras como
Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps. El PAN también es cómplice y
artífice de este inmovilismo, ya que se negó a condicionar su apoyo a las otras
partes de la reforma a la inclusión de disposiciones que fortalecerían la
rendición de cuentas.
El objetivo de la reforma es
claro: acabar con las conquistas laborales de la Revolución Mexicana y matar
cualquier esperanza de construir un sindicalismo democrático. Constituye nada
menos que una declaración de guerra contra toda la clase trabajadora. El presidente
del empleo termina su mandato como el rey del subempleo y el
subcontratista de Salinas inicia la reconquista con el pie derecho.
Pero todo esto es apenas el principio.
Los ideólogos están de plácemes y su ambición no conoce límites. Consumado el
atraco a los trabajadores, viene el saqueo al oro negro. Hay que archivar
definitivamente la búsqueda de consensos imposibles para forjar convergencias
estables e impulsar la agenda pendiente. Completado el primer tramo habrá que
avanzar en las reformas fiscal y energética, escribe Jaime Sánchez Susarrey.
Pascal Beltrán del Río va más lejos.
Celebra la reforma laboral como una buena señal para los inversionistas
internacionales, pero reclama que aún tenemos que resolver temas como
nuestra tendencia cultural al menor esfuerzo. Así, de un plumazo, convierte al
pueblo mexicano en una bola de flojos y culpa a los mismos trabajadores
por la pobreza en el país. Las purgas neoliberales apenas empiezan. No podemos
quedarnos pasivos ante el ataque.
Fuente: John Ackerman vía La Jornada
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