(Y su compromiso por excelencia: Mandar a la chingada a México. Mientras este wey saque suficiente feria como para no tener que mover un dedo por el resto de su vida, le importa un carajo lo que pase con nosotros.)
La situación del país,
luego de tres décadas de capitalismo salvaje, de por sí dramática en grado
extremo para la población mayoritaria, podría agravarse aún más si la
administración priísta que inicia el próximo primero de diciembre, actúa sólo
en defensa de los intereses de la oligarquía.
De ahí el imperativo de tomar
plena conciencia de la importancia de consolidar un gran frente ciudadano,
capaz de frenar las embestidas escalofriantes del “gobierno” que encabezará
Enrique Peña Nieto, porque de no hacerlo estaríamos facilitando la instauración
de un régimen totalitario, cuyo único objetivo sería acotar al máximo la
capacidad de organización del pueblo.
De hecho, para avanzar en esa dirección se fraguó un nuevo
fraude electoral, con novedosas formas de operarlo como ha sido ampliamente
documentado. Por ningún motivo, los centros de poder trasnacional aceptan que
México cambie el rumbo trazado hace treinta años, y harán todo lo que esté a su
alcance para lograrlo, independientemente de las circunstancias internas, muy
desfavorables para más de dos terceras partes de la población, situación que se
agravó luego de dos sexenios de “gobiernos” panistas. El problema se complica
todavía más porque la realidad internacional camina directamente hacia un abismo.
No puede interpretarse de otro modo la advertencia de la jefa
del Estado alemán, Ángela Merkel, de que la crisis en la eurozona podría
prolongarse cinco años más. Si a ello sumamos la posibilidad nada lejana de que
Estados Unidos se vea sumido en el llamado “precipicio fiscal”, es decir un
aumento de impuestos junto a un recorte del gasto público por el equivalente de
hasta 5 por ciento del Producto Interno Bruto, el futuro de México no sería
sombrío, sino abiertamente negro, sin posibilidad alguna de ver el final del
túnel ni siquiera a mediano plazo. Con las políticas públicas que está
comprometido Peña Nieto a imponer durante su sexenio, los mexicanos estamos
condenados a formar parte del grupo de países tercermundistas en caída libre al
subdesarrollo más profundo.
Los saldos que deja el “gobierno” de Felipe Calderón son
escalofriantes, no sólo en lo que se refiere a las consecuencias de la
violencia extrema que prohijó por convenir a los intereses reales a los que
sirvió durante su mandato, sino a todo lo concerniente al manejo de la
economía. Deja una nación en ruinas, que contradice su absurdo triunfalismo de
saliva. Así lo confirma la propia Secretaría de Hacienda y Crédito Público
(SHCP), en su informe sobre la deuda total del sector público: aumentó 79 por
ciento durante este sexenio a punto de terminar. En este momento asciende a 5
billones 613 mil millones de pesos, al finalizar el tercer trimestre de este
año. Con Calderón el incremento fue de 2 billones 478 mil millones de pesos,
que equivalen al 35.8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
México está condenado a vivir eternamente endeudado,
porque así conviene a los grandes centros de poder trasnacional. La
consecuencia de esta malhadada realidad es que no tenemos una brizna de soberanía
real, situación que prevalecerá el tiempo en el que no seamos los mexicanos
dueños de dirigir nuestro destino, como sería el caso cuando podamos tener en
Los Pinos a un mandatario sin compromisos con esos grandes centros de poder. En
tanto eso no ocurra, debido a que las fuerzas democráticas sigan infestadas de
oportunistas y mercachifles, será imposible que haya avances que favorezcan la
liberación del país. Si en los años sesenta era ya un imperativo integrar un
Movimiento de Liberación Nacional, como en realidad se logró, en la actualidad
es una necesidad de mera sobrevivencia.
Hoy somos víctimas, los pueblos débiles, de planes genocidas de
los grandes centros de poder trasnacional, los cuales no tienen empacho en
condenar a muerte a la mayoría catalogada como prescindible. Para ello echan
mano de tecnócratas autóctonos, insensibles y ambiciosos, dispuestos a obedecer
al pie de la letra las órdenes que reciben desde Washington, Nueva York,
Londres, Berlín, París, Bruselas, Luxemburgo. Lo hemos visto desde hace tres
décadas los mexicanos, situación que desgraciadamente habrá de continuar (en
los próximos años con más firmeza), con el PRI de los tecnócratas de regreso en
el gobierno federal.
Peña Nieto al frente de la tecnocracia insensible y apátrida,
llegará para enmendar los errores de Calderón, no para modificar un ápice la
estrategia fundamental impuesta por medio del Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial (BM). Tan es así que ya se dispone a solicitar el
crédito de contingencia que tiene México por un monto de 75 mil millones de
dólares, con el que se nos seguiría apretando el cuello, sin darnos un respiro
para tomar un poco de oxígeno vivificante. Menos aún si la “izquierda” sigue
empeñada en mantener las comillas y no ver más allá de su nefanda mezquindad.
Fuente: Revista EMET
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