MÉXICO, D.F. (Proceso).- Se equivocan quienes tildan a los
mexicanos de apáticos, fácilmente manipulables o apolíticos. Tanto las
movilizaciones juveniles como la elevada participación en las urnas durante el
último proceso electoral son muestras de que el “México bronco” sigue más vivo
que nunca.
El
retorno de los dinosaurios al trono por medio de una elección turbia e ilegal
tendría que ser una coyuntura muy favorable para la articulación de un amplio
movimiento social a favor de la renovación de la clase política. La debilidad y
el desprestigio del presidente electo, junto con el crecimiento electoral de la
izquierda, constituyen una oportunidad de oro para el lanzamiento de una nueva
ofensiva ciudadana.
Tristemente,
la mayoría de los perredistas, y en particular Marcelo Ebrard y Jesús Zambrano,
ven el mundo al revés. Precisamente en el momento de mayor potencial de
crecimiento para la izquierda entre la población, estos políticos han decidido
trabajar bajo la sombra del priismo y los poderes fácticos de siempre. En lugar
de rebasar a Peña Nieto por la izquierda, prefieren “tomarle la palabra” al
títere de Carlos Salinas para “exigirle” que cumpla con las huecas y cínicas
promesas de su oprobiosa y dispendiosa campaña presidencial.
Esta
actitud colaboracionista no tiene absolutamente nada de “moderna”. Al contrario,
implica una vergonzosa complicidad con las “reglas del juego” imperantes, donde
el dinero y el poder importan más que la legalidad y el estado de derecho. La
última elección presidencial será recordada como el momento en el que
finalmente se consolidó la traición histórica de los políticos, los poderes
fácticos y las instituciones electorales al modelo de estricta regulación en
materia electoral construido por las luchas sociales de las últimas décadas.
Este modelo buscó defender el espacio público ciudadano de intervenciones
externas indebidas durante los procesos electorales, y así quedó plasmado en
las normas hoy vigentes.
Pero
ahora Ebrard y su equipo saben perfectamente que si de verdad quieren
conquistar el poder no tiene ningún sentido respetar la ley o perder el tiempo
con “la prole”. Lo que realmente importa son los pactos sellados con vinos
franceses de las mejores cosechas en restaurantes de lujo de Polanco, o quizás
con un buen whisky escocés en la residencia de algún consejero o magistrado
electoral.
La buena
noticia es que la decisión de los perredistas de alejarse de los ciudadanos
abre una excelente oportunidad para que estos también se divorcien
definitivamente de los perredistas. Es hora de construir una verdadera agenda
social para la transformación del país que no se quede en un hueco discurso de
buenas intenciones, sino que logre imponer los términos del debate nacional a
los políticos y coloque a los jóvenes y a los ciudadanos en primer lugar.
Y con el
tema de los “ciudadanos” también hay que tener cuidado. Lo importante no es
pasar “de la protesta a la propuesta” bajo aquella vieja lógica que tanto gusta
a las grandes fundaciones internacionales, sino transformar la acción ciudadana
masiva desde una actitud defensiva a otra abiertamente ofensiva y segura de sí
misma.
No es la
apatía sino el desánimo lo que explica la drástica reducción de la movilización
ciudadana en los últimos meses. Antes, los jóvenes se lanzaron a las calles con
la seguridad de que su activismo político podía tener un éxito muy concreto y
medible. Primero, existía la posibilidad de impedir la llegada de Peña Nieto a
Los Pinos. Y después hubo la ilusión de lograr la anulación de la elección
presidencial. Cualquiera de los dos desenlaces hubiera enviado una clara señal
de hartazgo a toda la clase política y generado una coyuntura favorable para la
reconstrucción nacional.
Pero una
vez que tanto el IFE como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación dieron el tiro de gracia a la legalidad electoral, el desánimo
cundió entre la juventud. Si bien la democratización de los medios de
comunicación sigue siendo una estratégica bandera de lucha, muchos jóvenes ya
no perciben un objetivo concreto y alcanzable en el corto plazo para motivar su
lucha e inspirar sus ideales.
Una
posible nueva meta, sin embargo, está frente a sus ojos. La defensa de los
derechos laborales y de la riqueza nacional, por ejemplo, no es una causa de
generaciones pasadas, sino hoy más que nunca una lucha de supervivencia
generacional. En ambos casos la disyuntiva es clara: o más oportunidades para
los jóvenes, o más ganancias para los potentados.
La
“reforma laboral” de Calderón y Manlio Fabio Beltrones ofrece a los jóvenes
empleos precarios y mal pagados, lo que los condenaría a jamás poder
independizarse de sus familias y a estar en una constante situación de
vulnerabilidad laboral, física y social.
De igual
manera, la reforma energética de Peña Nieto y Exxon-Mobil nos conducirá a una
de las épocas de mayor corrupción y oprobio en la historia de México. De
concretarse tal desmantelamiento estatal, los fraudes durante los sexenios de
Miguel Alemán y Carlos Salinas no serán más que pecata minuta, casi un juego de
niños. Y mientras los amigos europeos y estadunidenses de Peña Nieto se
enriquezcan a costa de nuestro petróleo, la UNAM y demás universidades públicas
empezarán a cobrar elevadas cuotas para mantenerse a flote, el ISSTE y el IMSS
entrarán en quiebra total y muy pronto tendremos que despedirnos de los
programas sociales de gobiernos federales y locales.
Hay que
luchar para que las nuevas generaciones tengan más, no menos, oportunidades que
sus padres. Pero ello solamente será posible si, primero, entre todos detenemos
la voracidad de los potentados por medio de una acción social coordinada y
decidida a favor de la justicia y la paz.
Twitter: @JohnMAckerman
Fuente: Proceso
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