lunes, 4 de febrero de 2013

Un día en la plaza-De los gastos pendejos


Ahí nos veíamos, formados uno detrás del otro, silenciosos y nerviosos. Grupos de aproximadamente 500 personas flanqueaban dos costados de la plaza.

Para poder subir a escena tuvimos que esperar cerca de una hora y media, los nervios estaban a flor de piel y por momentos se respiraba un ambiente similar al vivido por los gladiadores romanos antes de subir al coliseo.
Afortunadamente no éramos esclavos, ni mucho menos acarreados. No estábamos ahí por un refresco y una torta o por 500 pesos.

Mientras estábamos ahí formados, arriba en la explanada principal cientos de personas gritaban consignas a favor de los perros detenidos injustamente en Iztapalapa en recientes fechas. El ambiente comenzaba a cobrar fuerza, a hacerse arrecho. La historia todos la conocemos y estaban ahí como muestra de solidaridad hacia nuestra causa, aunque minutos más tarde continuaron su camino.

Poco antes de las doce, nuestra participación comenzó y para cuando todos los activistas vestidos de negro subimos a la plaza para detener la masacre, era ya demasiado tarde. Había ahí decenas de cadáveres ensangrentados, con arpones por todo sus cuerpos, era en pocas palabras una escena grotesca. Decenas de animales habían muerto a manos de un torero el cual consideró su hecho como una práctica artística y un combate equitativo, muy a pesar de que horas antes había dado a sus víctimas pastillas que producen una fuerte diarrea y deshidratación, había golpeado sin distinción de sexo a todas y todos en los testículos una y otra vez hasta que el cansancio lo obligo a detenerse, además de lastimar a propósito las extremidades de los animales indefensos y colocar una crema especial en cada ojo para que al momento de la faena solo vieran sombras y no pudieran reaccionar y esquivar las espadas que lentamente atravesaron sus cuerpos en múltiples ocasiones hasta que murieron desangrados o por una estocada en el corazón.
A pesar de la escena nos mantuvimos firmes, con los rostros desencajados permanecimos juntos bajo un ensordecedor silencio. No lo podíamos creer.

Afortunadamente todo esto fue parte de la representación que realizaron activistas, de Anima Naturalis e independientes, en defensa de los toros y de los animales, mismo que como cada año desde hace un lustro realizan en algún espacio público de la capital de México en forma de presión social para que los asambleístas del Distrito Federal suban a tribuna y voten la propuesta de reforma para abolir esta práctica en la ciudad más importante de este país, aunque desafortunadamente los legisladores manden a la congeladora este asunto en cada oportunidad que tienen.

¿Estarán de por medio intereses políticos, empresariales, económicos y de poder? Sin lugar a dudas.

La manifestación se desarrolló en el monumento a la Revolución Mexicana y mientras decenas de activistas representaban el sufrimiento del toro asesinado vilmente en nombre de una tradición caduca al mismo tiempo que una vocera decía a través de un micrófono diversas consignas como “La tortura no es cultura”, “Toros si, toreros no” o “Tauromaquia ¡Abolición!”, daba comienzo una fecha más de la fiesta brava en la Plaza de Toros México, donde un puñado de animales serían sacrificados, torturados y humillados a la vieja usanza de la inquisición española, del Apartheid sudafricano, de la masacre sionista en Palestina, del Holocausto, del exterminio de los pueblos originarios de muy diversos países del mundo a manos de los colonizadores, de Guantánamo, de Abu Grahib, de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, del asesinato diario de cientos de activistas defensores de derechos humanos, de los niños muertos de inanición y de todas esas viejas barbaries que el hombre moderno condena y que sin embargo sigue practicando a diario en tantos lugares como en las plazas de toros.

La acción de este tres de febrero es una muestra más del descontento ciudadano frente a este tipo de prácticas, fue una fiel y respetuosa demostración del hastío y rechazo que se tiene a estos asesinatos selectivos que no se persiguen por ser “animales irracionales”.
¿Qué acaso no es suficiente con el derramamiento de sangre que a diario se vive en las calles de todo México para que aparte de todo se siga fomentando más la práctica de la tauromaquia en este país? ¿Qué acaso no es suficiente la violencia que vivimos al imponérsenos un gobierno priista de facto con tintes fascistas y dictatoriales para que aparte los mexicanos continuemos ampliando esta ola de violencia para con los animales? ¿Es esto verdaderamente insuficiente?

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