Ahí nos veíamos, formados uno
detrás del otro, silenciosos y nerviosos. Grupos de aproximadamente 500
personas flanqueaban dos costados de la plaza.
Para poder subir a escena tuvimos
que esperar cerca de una hora y media, los nervios estaban a flor de piel y por
momentos se respiraba un ambiente similar al vivido por los gladiadores romanos
antes de subir al coliseo.
Afortunadamente no éramos esclavos,
ni mucho menos acarreados. No estábamos ahí por un refresco y una torta o por
500 pesos.
Mientras estábamos ahí formados, arriba
en la explanada principal cientos de personas gritaban consignas a favor de los
perros detenidos injustamente en Iztapalapa en recientes fechas. El ambiente
comenzaba a cobrar fuerza, a hacerse arrecho. La historia todos la conocemos y
estaban ahí como muestra de solidaridad hacia nuestra causa, aunque minutos más
tarde continuaron su camino.
Poco antes de las doce, nuestra
participación comenzó y para cuando todos los activistas vestidos de negro
subimos a la plaza para detener la masacre, era ya demasiado tarde. Había ahí
decenas de cadáveres ensangrentados, con arpones por todo sus cuerpos, era en
pocas palabras una escena grotesca. Decenas de animales habían muerto a manos
de un torero el cual consideró su hecho como una práctica artística y un combate
equitativo, muy a pesar de que horas antes había dado a sus víctimas pastillas
que producen una fuerte diarrea y deshidratación, había golpeado sin distinción
de sexo a todas y todos en los testículos una y otra vez hasta que el cansancio
lo obligo a detenerse, además de lastimar a propósito las extremidades de los
animales indefensos y colocar una crema especial en cada ojo para que al
momento de la faena solo vieran sombras y no pudieran reaccionar y esquivar las
espadas que lentamente atravesaron sus cuerpos en múltiples ocasiones hasta que
murieron desangrados o por una estocada en el corazón.
A pesar de la escena nos mantuvimos
firmes, con los rostros desencajados permanecimos juntos bajo un ensordecedor
silencio. No lo podíamos creer.
Afortunadamente todo esto fue parte
de la representación que realizaron activistas, de Anima Naturalis e
independientes, en defensa de los toros y de los animales, mismo que como cada
año desde hace un lustro realizan en algún espacio público de la capital de
México en forma de presión social para que los asambleístas del Distrito
Federal suban a tribuna y voten la propuesta de reforma para abolir esta
práctica en la ciudad más importante de este país, aunque desafortunadamente
los legisladores manden a la congeladora este asunto en cada oportunidad que
tienen.
¿Estarán de por medio intereses
políticos, empresariales, económicos y de poder? Sin lugar a dudas.
La manifestación se desarrolló en
el monumento a la Revolución Mexicana y mientras decenas de activistas representaban
el sufrimiento del toro asesinado vilmente en nombre de una tradición caduca al
mismo tiempo que una vocera decía a través de un micrófono diversas consignas
como “La tortura no es cultura”, “Toros si, toreros no” o “Tauromaquia
¡Abolición!”, daba comienzo una fecha más de la fiesta brava en la Plaza de
Toros México, donde un puñado de animales serían sacrificados, torturados y
humillados a la vieja usanza de la inquisición española, del Apartheid
sudafricano, de la masacre sionista en Palestina, del Holocausto, del
exterminio de los pueblos originarios de muy diversos países del mundo a manos
de los colonizadores, de Guantánamo, de Abu Grahib, de las bombas de Hiroshima
y Nagasaki, del asesinato diario de cientos de activistas defensores de derechos
humanos, de los niños muertos de inanición y de todas esas viejas barbaries que
el hombre moderno condena y que sin embargo sigue practicando a diario en
tantos lugares como en las plazas de toros.
La acción de este tres de febrero
es una muestra más del descontento ciudadano frente a este tipo de prácticas,
fue una fiel y respetuosa demostración del hastío y rechazo que se tiene a
estos asesinatos selectivos que no se persiguen por ser “animales
irracionales”.
¿Qué acaso no es suficiente con el
derramamiento de sangre que a diario se vive en las calles de todo México para
que aparte de todo se siga fomentando más la práctica de la tauromaquia en este
país? ¿Qué acaso no es suficiente la violencia que vivimos al imponérsenos un
gobierno priista de facto con tintes fascistas y dictatoriales para que aparte
los mexicanos continuemos ampliando esta ola de violencia para con los
animales? ¿Es esto verdaderamente insuficiente?
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