04 de Febrero del 2013
Publicado en Sin Embargo por Silvia Lee
Fuente:http://www.sinembargo.mx/04-02-2013/512087
Publicado en Sin Embargo por Silvia Lee
Quienes inauguraron su niñez en 2006 dejaron de jugar. Expuestos a la violencia directa o indirecta, integraron el grupo poblacional más afectado de la guerra en contra del narcotráfico. Varias generaciones padecerán este daño, alertan especialistas
TAMPICO.- El parque de la Petrolera, desde siempre fue un punto de reunión donde los niños y jóvenes llegaban apenas salían de la escuela. Con sus dos canchas de basquetbol, pista para patinar, columpios y subibajas, los pobladores de Tampico olvidaban que vivían en una ciudad en vías de crecimiento con pretensiones de metrópoli. Eso fue antes de que la violencia estallara, a principios de 2010, por la ruptura entre el Cártel del Golfo y los Zetas. Apenas son las cinco de la tarde, pero ya están casi desiertas las canchas del parque de la Petrolera.
Tres jóvenes juegan basquetbol en un campo de asfalto mientras una mujer entre los 35 y 40 años con un suéter rosa y audífonos pasea a su perro labrador. Por más que uno haga el intento de encontrar niños, todo resulta en vano. La violencia obligó a los padres de familia a no dejar salir a sus hijos menores por temor a que estén en el lugar equivocado cuando se desate una balacera entre los cárteles rivales con el Ejército. No es un temor infundado: la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) afirma que en 2006 al primer semestre de 2010, 90 niños murieron en situaciones relacionadas con la guerra contra el narcotráfico a causa del fuego cruzado o retenes militares. La mujer que paseaba al perro ya se fue. Han llegado tres niños despeinados con una desvencijada pelota de fútbol. Eligen un lugar entre los árboles, lejos de las canchas de basquetbol y comienzan a aventarse el balón. A unos cuantos metros de ellos, se asoma la mirada supervisora de sus padres. Los niños me ven con desconfianza. Especialmente el que usa unos tenis color verde fosforescente. No quiere hablar conmigo. Su padre lo convence y le dice que no tenga miedo, que no va a pasar nada.
– Me vas a decir las primeras palabras que se te vengan a la mente cuando te diga una palabra,
¿estás listo? – Sí. –
¿Paz? – Tranquilidad…respeto. –
¿Violencia? – Balacera, golpes. –
¿Pistola? – Muerte.
Así respondió Marco de 11 años, todo el tiempo vio hacia el piso, sin levantar la cabeza. Sólo titubeó un poco antes de responder la palabra “muerte”. Su papá estaba sentado a su lado, con el brazo alrededor de él. Dijo que a pesar de la inseguridad que se vive ahí día con día, intenta sacar a su hijo de vez en cuando para que tenga una vida normal, pero él es de los pocos padres que lo hacen. A los amigos de Marco no los dejan salir a jugar por temor a las balaceras. Algunos de sus compañeros de clase han dejado de ir a la escuela porque se cambiaron de ciudad por la inseguridad. En algunas escuelas, como medida de seguridad, la materia de deportes se convirtió en una clase donde se les enseña a los alumnos qué se debe hacer en caso de que una balacera se suscite en las inmediaciones.
A Luis David, un estudiante de sexto de Primaria de una escuela privada, le han enseñado cómo actuar cuando hay balaceras a base de pitidos de silbato: “El primer silbatazo es para que nos aventemos al suelo, el segundo es para que nos tapemos la cabeza y el último es para que nos levantemos”. La psicóloga Genoveva Guzmán quien ha atendido pacientes que han sufrido secuestros por parte de grupos del narcotráfico entre otros casos de violencia relacionados con éstos, explica: La violencia que se vive en ciudades afectadas por el crimen organizado tiene un impacto muy fuerte en los niños. Se dan dos casos. El primero, es que les provoca fuertes sentimientos de angustia e inseguridad.
Se les bajan las defensas y eso no permite que hagan sus actividades diarias con normalidad. Otros niños, en cambio, aprenden a ver y vivir la violencia como algo común y algunos de ellos sienten deseos muy fuertes de ser como ellos (miembros del crimen organizado)”. Un militar acepta hablar para este texto, pero pide que se respete su anonimato. “Los niños de las zonas conflictivas a las que vamos, ya no salen, ya no juegan en las calles. Sólo de vez en cuando, cuando los papás los mandan a comprar cosas a la tienda. Pero, eso no es lo grave. Ha subido el índice de delincuencia juvenil.
En Ciudad Juárez, por ejemplo, nos ha tocado agarrar sicarios de 13, 14 años. Les pagan mil o dos mil pesos por andar matando. Eso pasa por la misma violencia, los chamacos se ponen a imitar lo que ven”. La incorporación de niños al crimen organizado se ha incrementado en ciudades como Chihuahua, Reynosa, Monterrey, Ciudad Juárez y Zacatecas. De acuerdo con los estudios realizados por la Redim se estima que entre 25 y 35 mil niños y niñas son usados por los cárteles del narcotráfico para desempeñarse en roles de halcones, narcomenudistas y sicarios. “Cuando llegamos a donde hay muertos, la gente se acerca a ver. Y si va pasando una mamá que trae a sus hijos, pues se acercan y ahí están los niños viendo todo. Se acostumbran a la violencia. Luego los más chamacos se emocionan con nuestras armas, gritan: ¡Mira la metralleta! Y las andan queriendo tocar”.
niños incómodos
Daniel Joloy coautor del libro Niños y niñas: las víctimas olvidadas en la guerra contras las drogas en México y coordinador de Incidencia Internacional de la Comisión Mexicana de Defensa y Protección de los Derechos Humanos, piensa que los niños integran a uno de los grupos poblacionales que más ha sido afectado por la guerra contra el narcotráfico y que más invisibilizado se encuentra. Desde 2006 hasta ahora, los niños de México estuvieron expuestos a una forma de violencia peculiar, ya sea de manera indirecta o con la invitación expresa de integrar grupos criminales.
Por parte del Estado no se nota ningún esfuerzo de una política pública que ataque esta herencia de la guerra. Joloy prevé: los niños van a seguir repitiendo los síntomas de la violencia en su entorno social más cercano de manera cíclica. Esto sucederá con mayor frecuencia en lugares en los que los menores viven al margen de la sociedad, en un contexto de tejido social que ha sido roto. Serán más violentos quienes no cuenten con la oportunidad de la educación formal. Para el especialista, quien se basa en estudios internacionales, los efectos de la violencia en los niños repercute por generaciones, mucho más allá de cuando concluye el conflicto armado. Sobre la ausencia de estudios particulares de la materia en México, el experto considera que por un lado, se trata de un fenómeno reciente, de 2006 a la fecha. Pese a ello, señala que las autoridades no vieron, o no quisieron ver que la violencia desatada en varias partes del país ponía en riesgo el desarrollo integral de los niños.
No existió ninguna política pública durante el sexenio de Felipe Calderón para atender a las víctimas de la violencia, especialmente a los menores de edad que se encontraban en vulnerabilidad de ser captados por grupos del crimen organizado. Han sido las organizaciones de la sociedad civil quienes poco a poco, han puesto el foco de atención en los niños. Hemos empezado a ver en México ciertos síntomas o rasgos de lo que a nivel internacional se conoce como niños soldados; es decir, menores de edad que se enrolan en grupos de la delincuencia organizado y que son reclutados en muchos casos de manera forzosa”, añade Joloy. UN ESTUDIO ARROJA LUCES México y Estados Unidos realizaron de manera conjunta el estudio “Salud Mental y Violencia Colectiva de los Niños: Un estudio Bi-Nacional en los Estados Unidos y México”. En el documento, que fue presentando en octubre del año pasado en la Academia Americana de Conferencia Nacional y de Exhibición de la Pediatría en New Orleans, los investigadores hicieron una comparación de muestras de conductas psicosociales y del comportamiento entre los niños y adolescentes que vivían en Ciudad Juárez y El Paso, Texas. La primera muestra se hizo en 2007 y la segunda en 2010. Los niños que participaron en la investigación no tenían contacto con la violencia directa, pero sí con la colectiva. Esta última se refiere a la violencia perpetuada con el fin de obtener objetivos políticos, sociales o económicos. Es la que se manifiesta en conflictos armados, violaciones a los derechos humanos, genocidio, terrorismo y crimen organizado. Aunque las condiciones de vida son diferentes en esas dos ciudades, en el estudio del 2007 no se encontraron diferencias significativas. Los niños de Ciudad Juárez y El Paso se comportaban de una manera muy similar. En 2010, cuando Ciudad Juárez era considerada como una de las ciudades más peligrosos del mundo, se volvieron a tomar muestras en ambos lados de la frontera. Los investigadores midieron los problemas psicosociales que habían sido comparados en 2007 pero ahora bajo el efecto de la violencia colectiva. No buscaron a víctimas de la violencia directa.
Los niños vivían en la ciudad y tenían entre seis y 16 años. Concluyeron que a pesar de que en 2007 los niños de Ciudad Juárez y El Paso se comportaban de manera muy similar, en 2010 había diferencias significativas como depresión, ansiedad, problemas somáticos, rompimiento de reglas y algunos actos violentos. Marie Leiner de la Cabada, autora del libro Niñez en Riesgo: el impacto de la violencia en Ciudad Juárez y miembro del departamento de Psiquiatría en Texas Tech, fue parte del grupo de especialistas en el ejercicio. Hoy está abocada en otro estudio, pero con niños de menor edad. Emocionada y preocupada al mismo tiempo, cuestiona: “Si alguien te dijera di cómo resolver este problema, ¿qué dirías?”
Al evocar los estudios de 2007 y 2010, hace énfasis en la dificultad para conocer las implicaciones de la violencia en primera instancia. México no cuenta con pruebas que permitan estudiar el fenómeno. La mayoría de las herramientas que permite identificar qué menores pueden estar presentando síntomas post-traumáticos están escritas en inglés y su traducción al español no cuenta con una adaptación cultural. Un ejemplo de lo anterior fue una madre en Ciudad Juárez. Respondía un cuestionario para saber sí su hijo sufría de algún síntoma derivado de la violencia. Leiner se dio cuenta que aunque la mujer mostraba interés por entender las preguntas, no podía comprender por completo su significado. Le apenaba mucho no responder el cuestionario y la especialista piensa que decidió contestar todas las preguntas de la misma forma que con la primera pregunta.
La aplicación de este cuestionario fue parte de una prueba que se hizo para conocer la confiabilidad del método. Después de que la mamá terminó de contestar las preguntas por escrito, Leiner le empezó a preguntar oralmente cada una de las preguntas. Conforme iba haciéndole las preguntas, se dio cuenta que sus respuestas eran muy distintas a las que la mujer había contestado de manera escrita. Esto hizo que Leiner, preocupada por obtener los resultados más exactos posibles, contactara a los autores del cuestionario para pedirles su autorización para añadir pictogramas a sus cuestionarios y así ayudar a los padres de familia con recursos educativos limitados a contestar las pruebas de manera más confiable. “Por estas razones, se considera que en relación con los problemas de salud mental entre las poblaciones de niños de escasos recursos y minorías, se desconoce tanto la prevalencia de los problemas, como sus necesidades”, expone Leiner. Es decir, además de que hay una carencia de estudios y herramientas, hay un desconocimiento de las necesidades que tienen las víctimas para ser tratadas. Leiner, en estos días, prepara los resultados de otro estudio, pero con niños de 18 meses a cinco años. A diferencia del 2007 y 2010, los niños que viven en Ciudad Juárez sufren de estrés post-traumático y parece ser el triple de los problemas que los niños en El Paso presentan.
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