La misma violencia endémica que arrastró a Carlos Cruz a convertirse en un pandillero marioneta de los políticos en Ciudad de México lo devolvió, después de muchos muertos, a la sociedad para ayudar a chicos que como él, habían perdido el rumbo.
La de Carlos Cruz es una historia singular, acaso única: logró escapar de los círculos de la violencia endémica en México para fundar Cauce Ciudadano, una Organización No Gubernamental (ONG) que rescata a los jóvenes del hampa y crimen organizado.
“Soy el quinto hijo de un matrimonio de campesinos chiapanecos que vino a la Ciudad de México. Por una serie de cambios, viajes de mi papá y mudanzas de mi mamá, enfrenté mucha violencia y se volvió para mí en algo tan natural como cotidiano. Esos años complicados me hicieron alejarme de mi familia y acercarme al barrio”, cuenta Carlos Cruz, corazón y motor de Cauce Ciudadano, una singular ONG mexicana.
“A los ocho años de edad me escapé de mi casa, prefería estar en la calle, no con niños ni con jóvenes sino con adultos que se dedicaban al robo de autos, de casa habitación, al tráfico de todo lo prohibido. Mi madre me buscaba y me llevaba de regreso a casa de donde volvía a escaparme en la primera oportunidad que tenía. Terminé la secundaria y de mi barrio fui el único que logró entrar a la preparatoria. Allá, en la Vocacional No. 10, un grupo de “porros” me asaltó. Los porros son grupos de adultos, no necesariamente estudiantes, contratados por el poder desde el Partido de la Revolución Institucional (PRI) para mantener el control de las escuelas. Están vinculados tanto a sindicatos corruptos oficialistas como al crimen organizado”.
Cruz narra a RadioNederland que “fueron años de mucha violencia”. De 1988 a 1991, se constataron numerosos homicidios en la Vocacional 10. Los niveles de control político eran muy fuertes. Son los últimos años de la presidencia de Miguel de la Madrid y de los primeros de Carlos Salinas de Gortari. Cada semana había un homicidio. “Fue tanta la violencia de mi generación que soy el único que queda”, agrega Carlos.
LOS PORROS PARA EL CONTROL DEL TERRITORIO
Carlos Cruz debe medir dos metros y probablemente pese más de 150 kilos. Su presencia impone, al igual que su relato: “El PRI contrataba a porros para romper huelgas, para caerle a palos a quienes buscaban democratización. Había balaceras en las escuelas. Se rompió la participación estudiantil con mucha violencia. Mis amigos y yo teníamos mucha experiencia en eso. Conseguíamos armas y asaltábamos a la policía. Otros grupos tenían armas porque algún político se las entregaba. Nosotros fuimos una banda, una pandilla que se defendía de los grupos pagados por los directores de las escuelas y alcanzamos tal poder de fuego que las autoridades nos buscaron para negociar.
Aprendí a manejar armas, a abrir coches a entrar en casas, aprendí a falsificar documentos, a falsificar dinero. Aprendí a aguantar la tortura de la policía. Yo fui fiel y leal a mis compañeros. Tuve un liderazgo muy fuerte”, dice.
En 1998, sucedió un replanteamiento personal en la vida de Carlos Cruz. Estaba agotado de ese ambiente, tenía 24 años y parecía un hombre de 40. “La violencia te va consumiendo, te va deteriorando. No consumía drogas, pero la violencia me estaba acabando”, explica.
REBELDE CON CAUSA CIUDADANA
“Hay muchas formas de suicidarse. Yo ya estaba dispuesto a que me mataran, no por ser el más valiente sino porque no encontraba la forma de fugarme, de evadir mi realidad.
La banda veía que me alejaba, que la abandonaba. Por ella había dado todo. Tengo dos balazos, tengo dos procesos judiciales. Cuando la policía me buscaba, yo me iba a visitar a algún amigo en la cárcel y ahí me quedaba una semana. A nadie se le ocurrió buscarme allá”, agrega Cruz.
A Carlos se le puede considerar un hombre amable que le ha tocado vivir uno de los periodos de mayor violencia en México. Su pandilla desarrolló habilidades de escape y de vida. En el año 1995, su banda rompió con los políticos. Y explica: “Nosotros los jóvenes éramos los que poníamos los muertos. Los políticos hacían la vista gorda ante nuestros desmanes o delitos a cambio de que controláramos el territorio para ellos; que sometiéramos a todos en las escuelas, en los barrios, de llevar jóvenes a los actos políticos. El que juntáramos 5 o 6 mil personas para un mitin, era muy valorado. Y por fin dijimos. No, ya basta, ya no”.
ENTERRAR A LA VIOLENCIA, NO A LOS AMIGOS
“En el año 2000 las autoridades nos propusieron un trabajo en el que nos iban a pagar, pero mis compañeros no quisieron participar. Nos acribillaron. Tuvimos 8 heridos de bala y un muerto”, cuenta Carlos.
–¿Qué les pidieron que hicieran?–se le preguntó.
–“Se avecinaban las elecciones presidenciales; había que boicotearlas. El que nos ofreció el trabajo fue un sindicato oficial grande, de peso político con mucho dinero. Descubrimos que los de ese sindicato habían contratado a otros jóvenes para que nos mataran. Chavos como nosotros. Ese fue el punto de quiebre. Enterramos a nuestro compañero y mi banda, mi pandilla y yo decidimos dejar esa vida y crear Cauce Ciudadano, una organización no gubernamental dedicada a rescatar a niños y jóvenes de la violencia, de las calles, del crimen organizado. Hay que enterrar la violencia, no a los amigos”, responde Carlos.
Sereno y orgulloso, Carlos Cruz explica qué es Cauce Ciudadano: “Al principio muchos no creían que pudiéramos organizarnos, pero lo hicimos. Ya llevamos 13 años trabajando. Tuvimos nuestro primer proyecto financiado por el entonces Instituto Nacional de Desarrollo Social. Nosotros planeamos nuestros proyectos, nuestra metodología, nuestros materiales. Logramos disminuir los enfrentamientos violentos entre diversas bandas en el norte de Ciudad de México.
Llegamos a pacificar zonas que eran verdaderos campos de batalla. Tuvimos talleres de serigrafía. Tuvimos un dispensario médico, claro para chavos víctimas de la violencia y después lo fuimos transformando para enfermedades comunes. Trabajamos mucho con jovencitas que habían querido provocarse un aborto y terminaban en urgencias. Las autoridades decían: Esos son criminales que nunca van a cambiar.”
AMOR, PAZ Y NUEVAS HABILIDADES
Cruz explica que una vez un político le dijo: ¿No te das cuenta del negocio que estás tirando?
–¡Sí, como tirar y enterrar a nuestros compañeros!”, respondió Carlos.
Con el tiempo, otras bandas se han ido uniendo a Cauce Ciudadano: “Observaron que nuestros chavos terminaban la escuela, fueron a la universidad, y poco a poco las bandas enemigas se nos acercaron y ahora trabajamos juntos. “Empezamos con 15 personas ahora contamos con 75 mil en los territorios con mayor violencia. Allá, donde nadie quiere entrar por la violencia y el peligro, allí está Cauce Ciudadano.”
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