Al grito de “hijo, hija, escucha, tu madre está en la lucha”, cientos de mujeres vestidas de blanco, con flores blancas en la mano, y la fotografía de uno o varios hijos en brazos, estas madres-leonas, madres-guerreras, madres-dignidad, llegadas de varias partes del país, ocuparon el Angel de la Independencia para conmemorar el 10 de mayo gritando, rabiando, llorando por los hijos que no tienen en brazos porque están desaparecidos y reclamando a las autoridades que a pesar de sus “bonitas palabras” siguen sin salir a buscarlos.
“Desde aquí les decimos a nuestros hijos, acá están sus madres y vamos a estar aquí y seguiremos buscándolos hasta que aparezcan”, gritaba a través del micrófono la señora Yolanda Morán, del grupo Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en México, madre del joven desaparecido en Coahuila en 2009, Dan Jereemel Fernández, rodeada de otras mujeres y al lado del obispo Raúl Vera, de la diócesis de Saltillo, quien acompañó desde el Monumento a la Madre a esta que ha sido bautizada como la Segunda Marcha de la Dignidad Nacional “Madres buscando a sus hijos e hijas, y buscando justicia”.
En un duro discurso, en el que habló de la hipocresía del gobierno para no atacar a los verdaderos delincuentes –lavadores de dinero, empresarios de cuello blanco, gobernantes corrompidos–, el obispo exigió hechos y respuestas para las madres que buscan a los suyos y no se siga “alimentando, mediante la impunidad, a los crímenes de la mafia”.
Al pasar frente a la PGR, una comitiva de madres se desvió hacia un campamento instalado a las puertas para reencontrarse con diez mujeres con la misma problemática y que desde un día antes iniciaron una huelga de hambre, desesperadas, para exigir a las autoridades que den con el paradero de sus hijos. Ahí se abrazaron, se expresaron solidaridad y lloraron juntas, compartiendo el mismo dolor. En una manta se leía: “La justicia no tiene madre pero nuestros hijos e hijas sí”.
Unas de las mujeres en huelga, escasas las fuerzas, se sumó a la caminata, como la señora Natividad Guerrero, de un pueblo de Jalisco, quien parecía desfallecer a la altura del Angel de la Independencia. Se sentía hambrienta por el día y medio de ayuno para “mover” el expediente de su hija Dalia Guadalupe Cruz y de su yerno Luis Ramón Enciso, desaparecidos en Caleras, Zacatecas, y por las noticias que recibió en la PGR.
“Ayer me entere de que todo lo que he hecho por buscar a mi hija y a mi yerno es como si no hubiera hecho nada, no tiene validez, es como empezar de cero. Me dijeron que ni siquiera abrieron averiguación previa”, lamentaba.
Al micrófono se pasa lista por las y los ausentes.
A cada nombre, la gente grita “presente”. La señora Guadalupe Fernández, defeña, señala que ellas representan a miles de madres que no pudieron salir de viaje para acompañarlas y advierte que no se van a callar, que van a seguir exigiendo.
Cuando pasaban al frente a dar sus testimonios, las mujeres hablaban sobre cómo fue la circunstancia de la desaparición de sus hijos, relataban el vía crucis que han pasado para hacerse oír por las autoridades, recordaban cuando el ausente era bebito, que le gritaban palabras de amor.
En ausencia, algunas enviaron sus cartas para que fueran leídas.
“Silvia, si estás por ahí en un lugar sin poder comunicarte con nosotros, nunca olvides que te queremos y que siempre vas a contar con nosotros. En cualquier situación que te encuentres, no tengas miedo de regresar. Aquí te espera tu familia y tu hijo para recuperar el tiempo perdido. Te extrañamos y todos los días rezamos a Dios para que te encuentres bien y puedas regresar” (Carta a Claudia Rizada Rodríguez, de su madre Silvia).
Entre los manifestantes hay algunos puñados de hombres. Unos de ellos son los hermanos Sánchez Sánchez, de Teloloapan, Guerrero, hijos de don Mario Enrique Salgado Miranda, un hombre de 62 años, propietario de una gasolinera, que apenas el pasado 3 de enero fue sacado de su negocio y nunca más se volvió a saber de él.
Don Mario es quizás el primer desaparecido durante el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Otra carta expuesta a través del micrófono, ésta dirigida al niño Brandon Esteban Acosta Herrera, desaparecido en Coahuila a los 8 años junto a su papá, escrita por su mamá Lulú:
“Quiero decirle a mi chiquito, mi Brandon, que sigue siendo el ‘Principito de Mami’ y que hasta el último latido de mi corazón estaré con él y jamás, jamás, me daré por vencida hasta encontrarlo, que sigo de pie, día a día por él y que estoy orgullosa y agradecida a Dios por haberme elegido para ser su madre (…) Dios te bendiga siempre mi niño hermoso, te amo tanto y tu amor me hace fuerte, mi caballerito.”
Acompañan a esta segunda marcha de madres del infrenable fenómeno de la desaparición de personas (se estima que al menos 27 mil fueron desaparecidas el sexenio pasado) tanto directivos de organizaciones como la Red Todos los Derechos para Todas y Todos, Fundar, Amnistía Internacional, Cauce Ciudadano, Comité Eureka, HIJOS-México, Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y Centro Pro Derechos Humanos, entre otros.
En su intervención al micrófono, Daniel Zapico, director ejecutivo de Amnistía Internacional-México, señaló: “Ustedes tienen derecho a la justicia, a la verdad, a saber lo que ha sucedido y a que el Estado no niegue la realidad (…) El gobierno ha dado buenas palabras pero son suficientes mientras permanezca un solo desaparecido”.
Por su parte, en entrevista, Santiago Corcuera, exmiembro del grupo de trabajo de Naciones Unidas para la desaparición forzada, señaló: “Este gobierno tuvo la honestidad de dar a conocer la lista existente (de personas desaparecidas), y no la cobardía del anterior que negó su existencia. Pero este gobierno necesita hacer más cosas”.
Mientras tanto, Diana Iris leía ante el micrófono la carta que escribió a Daniel Cantú, su hijo, desaparecido en 2009, en Coahuila:
“Dany, hace seis años y 20 días que no he podido abrazarte, te extrañamos tus hermano y yo, nos duele tu ausencia, te recordamos siempre (…) Te cuento que ya tienes otra sobrina, tiene el color de tu piel, es tan blanca como tú (…) Cada amanecer doy gracias por tener la oportunidad de buscarte y al final no tengo noticias y pienso que quizás mañana habrá más suerte. Además, cada día te nombro y te pido que me envíes buenas vibras, luz para el camino y fortaleza para buscarte”.
A las cuatro de la tarde, al pie del Angel de la Independencia, se despidieron las madres al grito de “vivos se los llevaron, vivos los queremos”; enseguida lanzaron globos blancos al aire que llevaban escrito el nombre de sus hijos y se abrazaron y se desearon unas a otras mantenerse firmes en la lucha.
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